El estándar de belleza asiático: blanco
En Occidente no se habla mucho de ello, pero en Oriente es un concepto que tiene una larga historia en el mundo de la belleza, incluso antes del colonialismo. Imaginemos una geisha, ese símbolo japonés del atractivo femenino, o una actriz de la ópera de Pekín, de piel de porcelana y boca de capullo de rosa. Caricaturas, exageraciones y artistas de performance como son, se las ha considerado durante mucho tiempo el culmen de la belleza.
En China, Corea, Japón, India y Tailandia, países que han dado mucha importancia a la segregación de sus ciudadanos por clases, el color de la piel creó líneas divisorias firmes entre ricos y pobres. Cuanto más pálido era uno, más evidente era que uno pasaba la vida mimado, alejado del duro sol y del duro trabajo en los campos. La palidez era una marca de prestigio, un indicador de que uno estaba “guardado”.
El estándar de belleza americano: el oro
La primera vez que lo noté, comencé a verlo en todas partes: en las portadas de revistas con consejos sobre cómo lograr el bronceado perfecto, en cada persona de Baywatch, en modelos de fitness y en bikini.
A esa edad, las niñas de la escuela empezaron a hablar de las marcas del bronceado y a usar desodorante corporal que olía a coco y a sol. Llevar protector solar a la playa era una actitud poco cool de “mamá”; era usar aceite bronceador con poco (o ningún) factor de protección solar. Cuanto más oscura eras, más divertido era. Los tonos más intensos te daban estatus. En otras palabras, lo opuesto a los estándares asiáticos de mi familia.
Los productos autobronceadores, popularizados a través de marcas tradicionales como Jergens, Johnson & Johnson y Clarins, así como los promocionados por estrellas de reality shows, son otra opción, utilizada por el 40% de los consumidores de belleza encuestados en un estudio reciente.